El trabajo sugiere que la privación sensorial en la edad temprana puede tener dramáticos impactos anatómicos en el cerebro.
En las últimas dos décadas se empezó a incursionar en la influencia que el vínculo afectivo entre padres e hijos tenía en el desarrollo longitudinal de los pequeños. Se empezó a llamarle apego a aquel vínculo que desarrolla un bebé y sus cuidadores, el cual proporciona cierta seguridad emocional, intelectual, motriz y fisiológica.
Con el paso del tiempo, Mary Ainsworth (1913-1999), colaboradora del teórico John Bowlby, encontró información valiosa que señalaba la calidad de las diferentes interacciones de apego entre figuras paternales e hijo, la cual no dependía de la perfección de la crianza de la madre o del padre. Ella los dividió en cuatro tipos: el seguro, el ansioso-ambivalente, el evitativo y el desorganizado.
Existen eventos críticos que imposibilitan un vínculo “seguro” entre madre/padre e hijx, tales como depresión postparto, estancia prolongada en incubadora, un duelo reciente, trauma agudo o crónico, guerras, entre otros. En consecuencia, cuando el bebé se encuentra privado de amor y cuidado durante los primeros 24 meses de vida, existen alteraciones fisiológicas que, a su vez, afectan a otras áreas del desarrollo. Como por ejemplo, la disminución de la sustancia blanca del cerebro, la cual se encarga de modular tanto el aprendizaje como el funcionamiento global de las diferentes regiones del cerebro.
Para comprender más al respecto, científicos y organizaciones beneficiarias se encargaron de fundar Bucharest Early Intervention Project (BIEP). Se trata de un proyecto que, ante la prohibición de cualquier método anticonceptivo y del aborto en Ceausescu (Rumanía), pretende comprender y reducir las consecuencias que implica mantener a cientos de miles de niños abandonados en hogares especializados. Y debido al colapso económico por el que pasó este país, las instituciones, popularmente llamadas orfanatos, no cuentan con los suficientes recursos económicos para satisfacer las necesidades de cada infante.
De modo que, BIEP se encargó no sólo de brindar lo necesario para estas necesidades básicas, también a comprender el efecto psicofisiológico de la negligencia y abandono en estos niños. Actualmente se sabe que los niños con abuso crónico (como la negligencia) cuentan con una menor cantidad de materia blanca, lo que impacta negativamente en procesos sensoriales, emocionales, cognitivos tal como la atención; en los vínculos relacionales de un futuro, entre otros. Por ejemplo, este tipo de infantes tienden a desarrollar poco las habilidades de socialización y noción de comunidad.
El trabajo sugiere que la privación sensorial en la edad temprana puede tener dramáticos impactos anatómicos en el cerebro y puede ayudar a explicar los documentos anteriores sobre los efectos negativos en la conducta. Sin embargo hay buenas noticias: parece ser que existe una solución con base en la observación de un pequeño grupo de niños que los llevaron a hogares desde los dos años. Sus cerebros se reestructuraron.
Esto permite comprender que la pérdida de la sustancia blanca es reversible, optimizando el desarrollo cerebral, siempre y cuando haya un ambiente familiar de apoyo y apego. De ese modo, es posible el mejoramiento de otras habilidades como el coeficiente intelectual, la atención, la autorregulación, entre otros.
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