El investigador Francisco Mora ha creado ya su propia marca. Con un largo catálogo de libros a sus espaldas, este catedrático de Fisiología de la Complutense lleva ahora a las librerías 'Neuroeducación', un volumen en el que destruye mitos y crea las bases para entender mejor los complejos procesos de aprendizaje desde los mecanismos cerebrales.
Coincide esta entrevista al doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford Francisco Mora (Granada, 1945) con un homenaje en la embajada italiana a la neuróloga Rita Levi-Montalcini, de quien dictó la laudatio de su Honoris Causa en la Universidad Complutense. De su agitada agenda surgen entregas editoriales como El reloj de la sabiduría, ¿Enferman las mariposas del alma?, El Dios de cada uno o ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? También es el caso de Neuroeducación (Alianza), nuevo estudio con el sello característico de Mora en el que el rigor, la divulgación y la pasión destilan en cada capítulo.
Se diría que Mora escribe como habla: sencillo pero sin concesiones. Confiesa en la introducción del volumen que Neuroeducación se ha ido gestando a través de conferencias y diálogos con sus colegas y con una de sus habituales estancias en el departamento de Fisiología Molecular y Biofísica del Carver College of Medicine de la Universidad de Iowa, donde fue nombrado Helen C. Levitt Visiting Professor durante el curso pasado. “Es un libro que intenta destacar el momento actual de la relación cerebro-educación, pensando no tanto en su inmediata aplicación en los centros de enseñanza como en conocer la forma en la que se está trenzando ese enlace, que se avizora fructífero”.
-¿Qué parte del cerebro registra el proceso educativo?
-Sin duda, la corteza cerebral. Y en ella de modo destacado la corteza prefrontal, la parte más anterior del cerebro.
-¿Podríamos hablar en estos momentos de biología de la educación?
-Sí, claramente, porque la educación se refleja en cambios moleculares y neuronales en el interior del cerebro. Y eso también es biología. Expresamente además ya se refleja así en artículos publicados en revistas científicas del prestigio de Science.
-Hablemos entonces de evolución. ¿Nos “enseña” algo nuestro pasado a la hora de comprender los procesos de aprendizaje en el laberinto cerebral?
-Nos enseña que este es un proceso tan básico para la supervivencia del individuo como lo puede ser beber, comer o la sexualidad. Aprender y memorizar constantemente es vital para todo ser vivo. Sin todo eso se muere muy pronto. Y muchas más cosas que se refieren a los códigos que traemos en nuestros cerebros construidos a través de la evolución y que se reproducen durante el proceso ontogénico de cada ser humano.
-Usted llega a definir el cerebro como un “plástico” que se transforma a lo largo de todo el arco vital...
-Sí, en su sentido original etimológico griego de “modelar” o cambiar de forma. La neurociencia tiene ya evidencias sólidas de que el cerebro cambia a todo lo largo del arco vital humano y que de hecho aprender y memorizar es en su esencia un instrumento con el que cada uno modela constantemente su cerebro: recambio y sinapsis nuevas, otras neuronas, receptores de neurotransmisores que aumentan o se pierden y una larga lista de procesos neurobiológicos. Viene muy a cuento la frase de Ramón y Cajal en la que señalaba que cada hombre es el escultor de su cerebro. Al mencionar lo del arco vital hay que recordar que no es lo mismo la plasticidad del niño de tres años que la plasticidad de una persona de ochenta.
El autor de ¿Se puede retrasar el envejecimiento del cerebro? también pone algunos puntos sobre las íes sobre lo que él llama neuromitos en torno a la educación, conflictos generados de una errónea interpretación de los hechos científicos. Uno de ellos es, según Mora, el que se refiere al desarrollo en los tres primeros años: “En concreto a la falsa concepción de que debido a esa enorme proliferación de conexiones en los cerebros de los niños, a millones de sinapsis nuevas todos los días, y a la enorme plasticidad, es la fase que permite absorber mejor cualquier tipo de conocimiento”. Según el fisiólogo eso ha hecho a mucha gente pensar que es bueno “inundar” el cerebro del niño con conceptos, vocabularios y memorización de hechos aislados pensando que estos niños tendrán capacidades cognitivas superiores. “Lo que se ignora -sentencia- es que en esos primeros años no se aprenden conceptos abstractos sino que se adquiere un mundo sensorial y motor a través de ese maravilloso instrumento inventado por la naturaleza que se llama juego”. Otro neuromito que deshace Mora es el de que sólo usamos el diez por ciento de las capacidades de nuestro cerebro: “Digámoslo ya, el cerebro utiliza todos sus recursos, de genética y entrenamiento, cada vez que se enfrenta a la solución de problemas o en los procesos de aprendizaje y memoria”.
-¿Puede internet y sus redes de comunicación conducirnos a una revolución cognitiva? ¿Está provocando nuevas formas de atención?
-Todavía conocemos muy poco este hecho, más allá de la activación específica de ciertas áreas cerebrales. Lo que está claro es que en algunos adolescentes internet puede provocar adicción y de esto último sí comenzamos a conocer los sustratos neurales. Lo cierto es que navegar en internet requiere de un foco de atención muy corto y siempre cambiante. Esto puede ir en detrimento de una atención sostenida, ejecutiva, que es la que se requiere para el estudio. Es verdad, como usted señala, que se ha comenzado a hablar de una nueva forma de atención producida por internet pero aún se desconocen los circuitos por los que se desarrolla.
-Qué opinión le merece el mapa cerebral presentado recientemente en EEUU y liderado por Rafael Yuste?
-Es un paso muy importante para seguir profundizando en el conocimiento del cerebro. Pero este acontecimiento, aun siendo muy importante, está muy lejos de llegar a la intimidad del funcionamiento del cerebro humano. Piense que el cerebro es siempre cambiante y diferente en cada ser humano. Por este motivo no permitirá ver los logros realizados con el mapa genómico. El cerebro es el gran misterio, todavía lejano en el horizonte. Esto me recuerda aquello que dijo una vez el Nobel de Medicina David Hubel cuando señaló que el ser humano posiblemente no conozca nunca la intimidad del funcionamiento de su propio cerebro. “Intentar creer lo contrario sería algo así como creer que nos podemos elevar del suelo tirando de los cordones de nuestros propios zapatos”.
Francisco Mora en su laboratorio de la Universidad Complutense. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
Se diría que Mora escribe como habla: sencillo pero sin concesiones. Confiesa en la introducción del volumen que Neuroeducación se ha ido gestando a través de conferencias y diálogos con sus colegas y con una de sus habituales estancias en el departamento de Fisiología Molecular y Biofísica del Carver College of Medicine de la Universidad de Iowa, donde fue nombrado Helen C. Levitt Visiting Professor durante el curso pasado. “Es un libro que intenta destacar el momento actual de la relación cerebro-educación, pensando no tanto en su inmediata aplicación en los centros de enseñanza como en conocer la forma en la que se está trenzando ese enlace, que se avizora fructífero”.
-¿Qué parte del cerebro registra el proceso educativo?
-Sin duda, la corteza cerebral. Y en ella de modo destacado la corteza prefrontal, la parte más anterior del cerebro.
-¿Podríamos hablar en estos momentos de biología de la educación?
-Sí, claramente, porque la educación se refleja en cambios moleculares y neuronales en el interior del cerebro. Y eso también es biología. Expresamente además ya se refleja así en artículos publicados en revistas científicas del prestigio de Science.
-Hablemos entonces de evolución. ¿Nos “enseña” algo nuestro pasado a la hora de comprender los procesos de aprendizaje en el laberinto cerebral?
-Nos enseña que este es un proceso tan básico para la supervivencia del individuo como lo puede ser beber, comer o la sexualidad. Aprender y memorizar constantemente es vital para todo ser vivo. Sin todo eso se muere muy pronto. Y muchas más cosas que se refieren a los códigos que traemos en nuestros cerebros construidos a través de la evolución y que se reproducen durante el proceso ontogénico de cada ser humano.
-Usted llega a definir el cerebro como un “plástico” que se transforma a lo largo de todo el arco vital...
-Sí, en su sentido original etimológico griego de “modelar” o cambiar de forma. La neurociencia tiene ya evidencias sólidas de que el cerebro cambia a todo lo largo del arco vital humano y que de hecho aprender y memorizar es en su esencia un instrumento con el que cada uno modela constantemente su cerebro: recambio y sinapsis nuevas, otras neuronas, receptores de neurotransmisores que aumentan o se pierden y una larga lista de procesos neurobiológicos. Viene muy a cuento la frase de Ramón y Cajal en la que señalaba que cada hombre es el escultor de su cerebro. Al mencionar lo del arco vital hay que recordar que no es lo mismo la plasticidad del niño de tres años que la plasticidad de una persona de ochenta.
Emoción y neuromitos
Curiosidad, atención, memoria, emoción... Mora rastrea los ingredientes de la educación, analizándolos por separado, pero hay uno que resulta esencial en el proceso de aprendizaje: “La emoción, sin duda. Sólo se puede aprender aquello que se ama, aquello que te dice algo nuevo, que significa algo, que sobresale del entorno. Sin emoción no hay curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria”.El autor de ¿Se puede retrasar el envejecimiento del cerebro? también pone algunos puntos sobre las íes sobre lo que él llama neuromitos en torno a la educación, conflictos generados de una errónea interpretación de los hechos científicos. Uno de ellos es, según Mora, el que se refiere al desarrollo en los tres primeros años: “En concreto a la falsa concepción de que debido a esa enorme proliferación de conexiones en los cerebros de los niños, a millones de sinapsis nuevas todos los días, y a la enorme plasticidad, es la fase que permite absorber mejor cualquier tipo de conocimiento”. Según el fisiólogo eso ha hecho a mucha gente pensar que es bueno “inundar” el cerebro del niño con conceptos, vocabularios y memorización de hechos aislados pensando que estos niños tendrán capacidades cognitivas superiores. “Lo que se ignora -sentencia- es que en esos primeros años no se aprenden conceptos abstractos sino que se adquiere un mundo sensorial y motor a través de ese maravilloso instrumento inventado por la naturaleza que se llama juego”. Otro neuromito que deshace Mora es el de que sólo usamos el diez por ciento de las capacidades de nuestro cerebro: “Digámoslo ya, el cerebro utiliza todos sus recursos, de genética y entrenamiento, cada vez que se enfrenta a la solución de problemas o en los procesos de aprendizaje y memoria”.
-¿Puede internet y sus redes de comunicación conducirnos a una revolución cognitiva? ¿Está provocando nuevas formas de atención?
-Todavía conocemos muy poco este hecho, más allá de la activación específica de ciertas áreas cerebrales. Lo que está claro es que en algunos adolescentes internet puede provocar adicción y de esto último sí comenzamos a conocer los sustratos neurales. Lo cierto es que navegar en internet requiere de un foco de atención muy corto y siempre cambiante. Esto puede ir en detrimento de una atención sostenida, ejecutiva, que es la que se requiere para el estudio. Es verdad, como usted señala, que se ha comenzado a hablar de una nueva forma de atención producida por internet pero aún se desconocen los circuitos por los que se desarrolla.
-Qué opinión le merece el mapa cerebral presentado recientemente en EEUU y liderado por Rafael Yuste?
-Es un paso muy importante para seguir profundizando en el conocimiento del cerebro. Pero este acontecimiento, aun siendo muy importante, está muy lejos de llegar a la intimidad del funcionamiento del cerebro humano. Piense que el cerebro es siempre cambiante y diferente en cada ser humano. Por este motivo no permitirá ver los logros realizados con el mapa genómico. El cerebro es el gran misterio, todavía lejano en el horizonte. Esto me recuerda aquello que dijo una vez el Nobel de Medicina David Hubel cuando señaló que el ser humano posiblemente no conozca nunca la intimidad del funcionamiento de su propio cerebro. “Intentar creer lo contrario sería algo así como creer que nos podemos elevar del suelo tirando de los cordones de nuestros propios zapatos”.
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